Duró poco más de 17 minutos. Ante miles de personas y en las escalinatas que conducen al monumento a Abraham Lincon en Washington, Martin Luther King pronunciaba el 28 de agosto de 1963 uno de discursos más famosos de la contemporaneidad. Es una alocución perfecta, en fondo y forma, emocionante en su contenido, que va creciendo como crece el propio reverendo ayudado por sus referencias geográficas e históricas, por sus silencios y, sobre todo, por sus repeticiones breves -su fórmula retórica preferida- para darle contundencia al discurso. «I have a dream» ha pasado a la historia, pero Luther King, como señala Ruth Sherman, autora del libro sobre técnicas de comunicación “Get Them to See It Your Way, Right Away”, se apoya al menos en otras dos repeticiones que marcan el discurso “Now is the time” («Ahora es el momento») y “Let freedom ring” («Que resuene la libertad»), con el que acaba su alegato.
Cuando se cumplen justo 50 años de este momento, parece una buena oportunidad para recordar éste y otros discursos imprescindibles para aprender de ellos y saber qué técnicas y qué estrategias podemos aplicar para mejorar nuestra comunicación.
Barak Obama, «Yes, we can»
Barack Obama se merece más que cualquier otro ser considerado el heredero de la oratoria evocadora, emocionante y emocionada de Martin Luther King. Aun que hay quien considera que su nivel ha bajado desde que es presidente de los EEUU, lo cierto es que en su capacidad para transmitir y conmover se encuentra entre las razones que lo han convertido en lo que es. De hecho, este discurso pronunciado el 8 de enero de 2008 en New Hampshire es, o al menos eso debería ser, la habitual alocución de quien reconoce una derrota ante su rival, en este caso ante Hillary Clinton. Esto es lo que lo hace verdaderamente excepcional. Aunque Obama ha perdido, habla como su hubiera ganado, es más, habla como si fuera a ser sin ningún género de dudas presidente de los EEUU transmitiendo a quien lo escucha -y es realmente muy difícil no hacerlo- la sensación de estar ante un hombre predestinado. Para consegurlo, el líder estadounidense hace uso de algunos de los recursos de Martin Luther King -la repetición breve pero sobre todo la épica profundamente americana del discurso ‘I have a dream’-, reescribe la frase famosa de Kennedy -«No te preguntes qué puede hacer este país por ti, sino qué puedes hacer tú por este país»- para implicar a la audiencia y hacerlos copartícipes de su destino y, algo novedoso, dice qué es lo que quiere hacer. Sanidad, privilegios fiscales, cambio climático, desigualdad y política internacional aparecen en su discurso en términos sencillos, comprensibles por cualquiera, lo que le permite dibujar en apenas 5 minutos su programa político manteniendo la emoción y la atención.
Salvador Allende, «Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo»
Otro discurso imprescindible, del que muy pronto se cumplirán 40 años, pero muy diferente a los dos anteriores. El 11 de septiembre de 1973, a través de Radio Magallanes, Salvador Allende es consciente de que se dirige por última vez a los chilenos. Es su último discurso. El golpe de Estado ha triunfado y está dispuesto a «pagar con mi vida la lealtad del pueblo». Sólo estas circunstancias convertirían por sí mismas en excepcional a cualquier discurso, pero es que el alegato final de Allende es un ejemplo. No le son necesarios los recursos retóricos de Obama o King -no se entendería en alguien que se sabe cercano a su muerte-, pero como ellos no renuncia a los grandes temas que movilizan a las masas: el destino, la épica, la historia, el poder de los pueblos, la unidad y el futuro.
Steve Jobs, «Sigue hambriento, sigue alocado».
Steve Jobs no parece un buen orador. Al contrario de los casos anteriores, comienza su discurso con la cabeza baja, la voz encogida, el gesto tímido. Los planos que muestran al público, los asistentes a la fiesta de graduación en la Universidad de Stanford en 2005, no parecen transmitir especial entusiasmo, más bien algo de sorpresa y cierto aburrimiento. Pero todo va cambiando poco a poco y Jobs, usando de manera prodigiosa el storytelling (el arte de contar historias), va enganchando al público hasta construir un hermoso alegato a favor de la vida. No le hacen falta recursos retóricos, ni impostar la voz, ni repetir términos, pero su «Sigue hambriento, sigue alocado» sigue retumbando mucho después de escuchar su discurso.
Juan Carlos I, «Dentro de la legalidad vigente»
Otro discurso histórico, capaz de cambiar el signo de los tiempos. El 23 de febrero de 1981, Juan Carlos I, rey de España, se dirige a la nación para ratificar la lealtad de la Corona al régimen constitucional frente al Golpe de Estado militar perpretado unas horas antes. Es un discurso leído, pero impecable. Juan Carlos I no duda, no titubea, señala con su mirada y su voz los puntos claves de su alocución, su actitud es serena y firme. Sin alharacas, sin florituras retóricas y entiendiendo perfectamente el momento que está protagonizando, es una discurso redondo, en el que la imprescindible emoción se convierte en firmeza.
Antonio Banderas, «Andalucía es una necesidad»
Pudiera parecer una frivolidad incluir las palabras de un actor, andaluz para más señas, en esta recopilación de grandes discursos, pero es que el homenaje de Antonio Banderas a Manuel José García Caparrós en el acto institucional del Día de Andalucía 2013, es uno de los mejores de los últimos años. Banderas usa lo mejor de cada uno de los grandes y también de la tradición oratoria americana: el storytelling, la repetición breve, la voz y el gesto apasionado, hasta componer poco más de 8 minutos de bellos e inolvidables. Y también sorprendentes. ¿Sería capaz un político o empresario español de hacer un discurso similar?
El listón, está muy alto, altísimo, pero hay cuatro claves que todos estos grandes discursos nos enseñan:
- «No hay que apelar a su razón, sino a sus corazones». La gran cita de Nelson Mandela es la clave de cualquier buen discurso. No importa la gravedad de la situación o la complejidad del mensaje a transmitir, la emoción marca la diferencia.
- Narra. Cuenta. Describe. Da igual lo importante o no que seas. Tu historia es la historia de tantos otros parecidos a ti y te ayudará a encontrar la complicidad que buscas.
- Lo sencillo se entiende mejor. Cualquier cuestión compleja se puede explicar de manera sencilla, con palabras claras, sin perífrasis, largas subordinadas ni términos ni jerga compleja.
- Deja lo mejor para el final. La última impresión, la última emoción será la que acompañe a tu audiencia mucho después de que hayas acabado de hablar. El climax tiene que llegar al final.
¿Qué otros grandes discursos deberían estar en esta lista? Compártelos con nosotros.