Apenas han pasado unas horas desde que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, pronunciara en el Senado uno de los discursos más trascendentes, quizás el que más, de su mandato. Era una oportunidad para reivindicar la democracia y dar explicaciones detalladas y convincentes. Pero Rajoy y su todopoderoso consultor en comunicación y estrategia política Pedro Arriola la han desaprovechado con un discurso equivocado en tono, forma y fondo. Estos son los 6 errores de comunicación que han cometido.
1. La elección de la fecha
Pudiera parecer que el día 1 de agosto es un día de perfil bajo, con media España de vacaciones y con poco o ningún pulso político. Ha sido todo lo contrario. Todas las televisiones y las radios han emitido en simultáneo el directo de la comparecencia de Rajoy y Rubalcaba. Sólo el sorteo de la Lotería de Navidad logra tal unanimidad. Hace semanas que Cesar Calderón viene advirtiendo en twitter que esto pasaría, pero parece que en el PP no leen a Cesar Calderón.
2. Las churras y las merinas
Rajoy ha ido al Congreso (hoy ubicado físicamente en el Senado) para hablar y dar explicaciones sobre el caso Bárcenas. Eso lo sabe él, lo sabe el PP, lo sabe toda la oposición y lo sabemos todos los españoles. Negarlo recuerda peligrosamente a lo de la vereda y el tonto. No se explica desde ningún punto de vista el rótulo “Rajoy comparece para explicar la situación económica y política” que ha acompañado toda la retransmisión web del Presidente en TVE ni el empeño de éste en insistir en que va porque quiere y no porque le obligan desaprovechando minutos de discurso en repetir sus medidas económicas. La oposición, sin embargo, lo ha tenido claro y ha convertido a Bárcenas en protagonista desde el primer minuto. A Rajoy le hubiera ido mejor si no se empeñara en lo imposible.
3. El comodín del público
“Lo siento mucho, me he equivocado. Y no volverá a ocurrir”. Rajoy ha copiado casi literalmente las 11 estudiadas palabras que pronunció el Rey cuando salió del hospital tras su fractura de cadera cazando elefantes en Bostwana. Entonces, la prensa (primero) y la opinión pública (después) perdonaron al Rey. Arriola ha intentado lo mismo, cometiendo un enorme error de cálculo. El público –una España con 6 millones de parados, desengañada de todo y de todos y con un hondo cabreo generalizado- no está para dar más comodines. Pedir perdón en estos momentos no es suficiente. Y menos si el perdón no viene acompañado de las lógicas e imprescindibles explicaciones. A esta consideración general, habría que añadir que en su día el Rey parecía (y así lo trasladaba su lenguaje no verbal) un hombre sinceramente arrepentido, incluso abochornado por sus actos. La actitud de Rajoy no ha sido, ni de lejos, la de una persona que se arrepiente de algo. Como muestra, los dos momentos.
4.1. Fin de la cita. Versión 1
La anáfora (repetición de un término o términos para dar contundencia a un discurso) es una figura retórica tan antigua como la vida misma pero que hay que usar con mucho cuidado porque tiene un alto riesgo de convertirse en un boomerang. Funcionó en el pasado -“Váyase, señor González”-, pero con la repetición compulsiva de “fin de la cita”, Rajoy sólo ha conseguido la rechifla de la tribuna de oradores y, lo que es peor, de las redes sociales, donde habita gente normal y corriente. Gente que vota (o no), en definitiva. Sorprende que un asesor del peso de Arriola pueda proponer semejante tontería cuando su asesorado tiene citas tan brillantes como “hilillos de plastilina” y, sobre todo, una colección de SMS que en condiciones normales (éstas no lo son) hubieran derribado a cualquier Gobierno. “Así se las ponían a Felipe II” (fin de la cita), ha debido pensar Rubalcaba.
4.2. Fin de cita. Versión 2
Hay una segunda teoría corriendo como la pólvora por las redes sociales que sostiene que el ya famoso «fin de la cita» no es un hallazgo dialéctico de Arriola, sino un error de Rajoy al leer letra por letra el discurso, incluso la aclaración que indicaba entre paréntesis la conclusión del texto citado. Esta captura de pantalla de la web de Moncloa, difundida en Twitter por el periodista de La Marea Antonio Maestre (@AntonioMaestre), parece avalar esta teoría. De ser así, sería un error inclasificable e incalificable. Pero no de Arriola.
5. Y tú más
Los marcos del discurso de Rajoy -en todos los partidos se cobran sobresueldos; si no tuviéramos en cuenta la presunción de inocencia, ninguno estaríamos aquí; hay que dejar trabajar a los jueces– son tan o más preocupantes que su aspecto formal. En lugar de hacer un alegato a favor de la honradez de la clase política, de la validez de la democracia como único sistema político que garantiza la pluralidad y la representatividad popular y de, en definitiva, defender su inocencia explicando los hechos con honestidad y asumiendo las evidentes responsabilidades políticas del caso Bárcenas, Arriola ha preferido que el presidente del Gobierno de España siembre la sombra de la sospecha sobre todo la Cámara con un discurso bronco y agresivo, faltón hasta el ataque personal. Ese camino sólo acaba en un precipicio. Y lo malo es que nos despeñaremos todos.
6.-Los hooligans
La imagen de una Cámara parlamentaria impostadamente chillona, entregada sin complejos al aplauso fácil del líder y al abucheo del rival, hace un flaco favor a la democracia. Para no darle más vueltas, da vergüenza ajena el nivel de bufandeo futbolístico al que pueden llegar nuestros diputados. El discurso de Rajoy (como el de Rubalcaba, aunque éste en algo menor medida) ha sido tan ampliamente interrumpido con vítores, aplausos y gritos de autoreafirmación que tamaña muestra de triunfalismo sólo puede responder a una estrategia previamente diseñada. Todo correcto, sino fuera porque sonroja tanto entusiasmo (¿se puede saber qué aplauden, Señorías?) y porque que la comunicación no verbal –el célebre informe caritas- traslada todo lo contrario. La próxima vez prueben a escuchar y callar que lo mismo funciona y de paso nos ahorran el bochorno.